Frente a este panorama, es urgente replantear las condiciones que rodean la formación
investigativa del docente, ya que la transformación educativa requiere del trabajo colaborativo
entre instituciones y colectivos de educadores, a través de proyectos que respondan a las
realidades del entorno y que tengan una visión de impacto a mediano y largo plazo. Este enfoque
no solo demanda voluntad institucional, sino también un compromiso genuino por investigar su
práctica, sistematizar sus experiencias y contribuir al cuerpo de conocimiento pedagógico desde
sus propias realidades.
En este sentido, surge una pregunta fundamental: ¿están los educadores latinoamericanos
investigando y publicando sus resultados? Esta interrogante, más allá de ser retórica, invita a
revisar las condiciones que rodean el quehacer docente y analizar el papel del profesional en
educación como investigador para reconocer las múltiples tensiones entre la vocación, la práctica
y las exigencias del sistema educativo.
Invito a reflexionar sobre el rol del docente como investigador. Esta reflexión no solo
pretende analizar el estado actual, sino también abrir un espacio para pensar en la necesidad de
formar y acompañar a los docentes en procesos de investigación que sean significativos,
contextualizados y socialmente relevantes. De esta manera será posible disminuir la brecha entre
la práctica pedagógica y la producción de conocimiento, y otorgarle al maestro el lugar que le
corresponde como actor clave en la transformación de la educación.
Al fortalecer la labor investigativa de los docentes, se generan nuevas oportunidades para
transformar la enseñanza y responder de manera más efectiva a las necesidades reales de los
estudiantes y las comunidades. La investigación en el aula no solo mejora la práctica pedagógica,
sino que también fomenta una cultura de aprendizaje continuo y de pensamiento crítico,
ayudando a derribar barreras entre el conocimiento académico y la experiencia cotidiana. De esta