Volumen 34 No. 4 (Octubre-Diciembre) 2025, pp. 23-37

ISSN 1315-0006. Depósito legal pp 199202zu44

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.16949828

Teoría crítica del concepto de resiliencia y teoría social general

Jaime Preciado Coronado* y Daniel Flores Flores**

Resumen

La resiliencia se ha convertido en un concepto ampliamente debatido en la sociología contemporánea, especialmente en los contextos euro-anglosajones. El presente texto busca contribuir al esfuerzo de consolidar un corpus teórico-metodológico que aborde de manera sistemática la resiliencia desde una perspectiva crítica, atenta a las especificidades históricas, culturales y estructurales de nuestras sociedades, proponiendo una discusión en torno a una teoría crítica de la resiliencia que dialogue con las condiciones materiales sociales latinoamericanas y caribeñas. Para ello, se parte de una revisión de los principales aportes contemporáneos al concepto, identificando tanto sus alcances como sus limitaciones. En segundo lugar, se sistematizan algunas de las principales críticas que han surgido en el ámbito de la sociología euro-anglosajona, varias de las cuales encuentran resonancia en los debates producidos por las ciencias sociales de nuestra región. Finalmente, se discute la necesidad de una teoría crítica de la resiliencia en diálogo con las condiciones sociales latinoamericanas y caribeñas

Palabras clave: Resiliencia; Resiliencia comunitaria; Neoliberalismo; América Latina y el Caribe; Teoría crítica de la resiliencia

*Universidad de Guadalajara. Jalisco, México /Asociación. Latinoamericana de Sociología ALAS -Presidente 2007-2009. ORCID: 0000-0002-3324-8569. E-mail: japreco@hotmail.com

**Universidad de Guadalajara. Jalisco, México. ORCID: 0000-0002-6928-8650. Email daniel.flores0876@alumnos.udg.mx

Recibido: 21/05/2025 Aceptado: 04/07/2025

Critical Theory of the Concept of Resilience and General Social Theory

Abstract

Resilience has become a widely debated concept in contemporary sociology, especially in Euro-Anglo-Saxon contexts. The present text seeks to contribute to the effort to consolidate a theoretical-methodological corpus that systematically addresses resilience from a critical perspective, attentive to the historical, cultural and structural specificities of our societies, proposing a discussion around a critical theory of resilience that dialogues with Latin American and Caribbean social material conditions. To this end, we start with a review of the main contemporary contributions to the concept, identifying both its scope and limitations. Secondly, we systematize some of the main critiques that have emerged in the field of Euro-Anglo-Saxon sociology, several of which find resonance in the debates produced by the social sciences in our region. Finally, the need for a critical theory of resilience in dialogue with Latin American and Caribbean social conditions is discussed

Keywords: Resilience; Community resilience; Neoliberalism; Latin America and the Caribbean; Critical theory of resilience

Introducción

La resiliencia se ha convertido en un concepto ampliamente debatido en la sociología contemporánea, especialmente en los contextos euro-anglosajones. Desde la teoría de sistemas, la definición generalmente aceptada de resiliencia es la capacidad de un sistema para absorber perturbaciones y reorganizarse mientras experimenta cambios, manteniendo esencialmente la misma función, estructura, identidad y retroalimentaciones. La resiliencia se mide por el grado de alteración que el sistema puede tolerar y aun así volver a un estado en el que pueda mantener una determinada función. El concepto originalmente proviene de la física, donde se designa la capacidad de ciertos materiales para recuperar su forma original tras haber sido sometidos a una deformación (Negri, 2023). Este sentido técnico fue adaptado posteriormente en las ciencias sociales para referirse a la habilidad de los individuos y las comunidades de sobreponerse a situaciones adversas, atravesarlas y, en muchos casos, transformarse positivamente a partir de ellas.

El concepto cobró especial relevancia en el periodo de posguerra en Europa y Estados Unidos, cuando fue promovido como una herramienta analítica y práctica para pensar y fomentar la recuperación de las personas y de los tejidos sociales tras los profundos impactos destructivos de la guerra. En ese contexto, la resiliencia fue concebida como una forma de generar sinergias que permitieran reconstruir no solo las condiciones materiales de vida, sino también los vínculos que hacen posible la convivencia social. Sin embargo, en América Latina y el Caribe, no se ha consolidado un corpus teórico-metodológico que aborde de manera sistemática la resiliencia desde una perspectiva crítica, atenta a las especificidades históricas, culturales y estructurales de nuestras sociedades. En esta región, donde los procesos de adversidad no responden únicamente a coyunturas excepcionales, sino a condiciones estructurales de desigualdad, exclusión y violencia, el concepto de resiliencia exige ser repensado a la luz de las tradiciones de pensamiento propio.

Este artículo busca contribuir a ese esfuerzo, proponiendo una discusión en torno a una teoría crítica de la resiliencia que dialogue con las condiciones sociales latinoamericanas y caribeñas. Para ello, se parte de una revisión de los principales aportes contemporáneos al concepto, identificando distintas perspectivas, alcances y limitaciones con el objetivo de problematizar el concepto de resiliencia. En segundo lugar, se sistematizan algunas de las principales críticas que han surgido en el ámbito de la sociología euro-anglosajona —varias de las cuales encuentran resonancia en los debates producidos por las ciencias sociales de nuestra región—, a fin de abrir un espacio para pensar la resiliencia desde un enfoque más situado, relacional y emancipador. Se concluye con reflexiones finales en torno al concepto de resiliencia en América Latina.

1. Autores contemporáneos y sus aportes: la problematización del concepto de resiliencia

En las últimas décadas, el concepto de resiliencia ha sido retomado y desarrollado por diversos autores contemporáneos, quienes han aportado enfoques diversos que van desde experiencias personales y reflexiones filosóficas hasta análisis más amplios sobre la condición humana en el mundo contemporáneo (Montero Rodríguez, 2020). Algunos enfoques se centran en la dimensión cultural de la resiliencia (Ungar, 2006) y en su ecología social (Ungar, 2012), mientras que otros la abordan en el marco de la resiliencia comunitaria (Wright, 2022) o en su relación con los procesos de construcción de memoria (Wilson, 2015). Desde una perspectiva crítica, también se ha planteado la existencia de resiliencias múltiples y su vinculación con el neoliberalismo (Anderson, 2015). En el Sur Global, investigaciones situadas han explorado el papel de las redes sociales en la resiliencia de comunidades rurales, destacando los condicionamientos estructurales que inciden en su capacidad de adaptación (Rockenbauch y Sakdapolrak, 2017). Asimismo, otros autores han establecido vínculos entre el capital social y la resiliencia comunitaria (Aldrich, 2017), al tiempo que se han formulado críticas sobre los límites de este enfoque desde perspectivas más estructurales y políticas.

Ante esta producción, cabría preguntarse cómo conceptualizan estos autores la resiliencia, con el objetivo de trazar una suerte de problematización del concepto que permita comprender su complejidad, sus desplazamientos semánticos y sus diferentes usos en contextos socioterritoriales diversos. Esta problematización no solo permite identificar los enfoques dominantes, como aquellos centrados en la adaptación individual o comunitaria frente a contextos críticos o de desastre (Montero Rodríguez, 2020), sino también visibilizar los giros críticos que han cuestionado la neutralidad del término, su apropiación por discursos neoliberales y su tendencia a invisibilizar las causas estructurales de la vulnerabilidad (Anderson, 2015). Explorar cómo cada autor enmarca la resiliencia, ya sea como capacidad individual o proceso colectivo ofrece claves para avanzar hacia una comprensión situada y críticamente informada del concepto, especialmente relevante en contextos como América Latina y el Caribe, donde la adversidad se entrelaza con desigualdades históricas, memorias de resistencia y formas propias de organización social.

Resiliencia y neoliberalismo

El concepto de resiliencia se ha infiltrado rápidamente en amplios ámbitos de las ciencias sociales, convirtiéndose en un término técnico habitual, aunque no suficientemente teorizado, en los debates sobre finanzas internacionales y política económica, análisis de riesgos corporativos, psicología del trauma, política de desarrollo, planificación urbana, salud pública y seguridad nacional (Walker y Cooper, 2011). De acuerdo con estos autores, desde la década de 1990, en pleno apogeo de la globalización neoliberal, instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial han incorporado cada vez más estrategias de “resiliencia” en sus logísticas de gestión de crisis —aunque sin ofrecer vías de solución ni criterios para su prevención—, en lo que toca a la (des)regulación financiera y la economía política del desarrollo.

Según Walker y Cooper, el hecho de que el uso contemporáneo del concepto de resiliencia tenga su origen en la obra del ecologista Crawford S. Holling y mantenga vínculos definitivos con el campo de la ecología es indicativo de la función ejemplar del “riesgo ecológico” dentro de las prácticas contemporáneas de seguridad, especialmente por su afinidad ideológica con la filosofía neoliberal de los sistemas adaptativos complejos, que ambos autores remontan al legado poco reconocido de Friedrich Hayek. Ambos autores defienden la importancia de una crítica de la proximidad entre el discurso emergente de la resiliencia y las doctrinas neoliberales contemporáneas.

En esta misma línea, Joseph (2013) sostiene que la concepción anglosajona de la resiliencia debe entenderse como una forma de gubernamentalidad neoliberal, centrada en la adaptabilidad individual. Desde esta perspectiva, la resiliencia se alinea con la lógica normativa del neoliberalismo, que busca movilizar a los agentes sociales apelando a su capacidad de adaptación. Complementando este argumento, Wright (2022) señala que la aparición de la resiliencia en las políticas públicas ha estado estrechamente vinculada a las agendas neoliberales, en las que la resiliencia tiende a enmarcarse en términos de autosuficiencia y autonomía, y está ligada a agendas de abandono y responsabilización de los ciudadanos en un contexto de retirada del Estado y recortes presupuestales.

Un ejemplo ilustrativo de esto es la propuesta del expresidente de México, Vicente Fox (2000–2006), para combatir el desempleo y la economía informal mediante el impulso a los llamados “changarros”: micro y pequeñas empresas. Para ello, se creó en 2001 el Programa Nacional de Financiamiento al Microempresario (Pronafim), promovido por la Secretaría de Economía, con el objetivo de reducir el trabajo informal a través de apoyos no recuperables para capacitación, promoción y esquemas de microseguros orientados al autoempleo (Padilla, 2016). Sin embargo, al igual que ocurre hoy en día con la promoción del “emprendedor” y la narrativa de “ser tu propio jefe”, estos empleos frecuentemente no garantizan ingresos suficientes para una vida digna, reproduciendo así la precariedad bajo una retórica de autonomía y de responsabilización del ciudadano. En palabas de Franco (2016: 133, como se citó en Pérez-Ramírez, 2022: 181), “la resiliencia neoliberal hace referencia a la capacidad individual de interiorizar y asimilar positivamente los efectos negativos y las contradicciones del proceso de producción y acumulación capitalista. Una estrategia de mitigación de la indignación y la protesta social”.

En este orden de ideas, Joseph (2013) sostiene que la noción de resiliencia ha cobrado relevancia en un contexto global profundamente desigual, donde los discursos dominantes reflejan y refuerzan las dinámicas reales de poder. Desde esta perspectiva, no resulta sorprendente que el concepto adopte un fuerte sesgo anglosajón, considerando la persistente hegemonía estadounidense en la política internacional. Esta influencia se manifiesta, según Joseph, en su papel central dentro de las organizaciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial, y en el discurso sobre la construcción del Estado, especialmente en el marco del (post) Consenso de Washington de los años noventa. Asimismo, estas ideas han permeado el discurso europeo, en tanto respaldan su orientación neoliberal. Joseph subraya que la presencia de este discurso en la Unión Europea responde más a la hegemonía global de Estados Unidos que a la influencia directa de un Reino Unido euroescéptico. Sin embargo, advierte que dicha hegemonía requiere una reproducción y renovación constante a nivel institucional, y que la resiliencia, aunque hoy forma parte de ese proceso, no necesariamente conservará ese lugar en el futuro.

La ecología social de la resiliencia en las juventudes

La proximidad entre el concepto de resiliencia y las doctrinas neoliberales, como han señalado Walker y Cooper (2011), se manifiesta en diferentes escalas espaciales. A nivel local, se impulsan diversas estrategias de autoempleo bajo principios “emprendeduristas” frente al desempleo causado por casos como el del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Esta iniciativa, en la práctica, incentivó formas de trabajo precarias e informales bajo el discurso del emprendimiento individual. No obstante, como argumenta Joseph (2013), es en la escala internacional donde la resiliencia adquiere una especial relevancia, al formar parte de un discurso global alineado con el (post)Consenso de Washington y la hegemonía estadounidense.

Sin embargo, si se desciende aún más en la escala de análisis, al nivel micro en el que el individuo se ubica en el centro, la resiliencia adquiere nuevos matices y significados, abriendo otras lecturas posibles más allá del marco neoliberal. Al respecto, Wright (2022) señala que la resiliencia puede no solo puede separarse de sus interpretaciones neoliberales, sino que, como metáfora, puede entenderse de otras maneras que incorporen diversas expresiones de resiliencia, incluidas aquellas que surgen y operan más allá y al margen de las estrategias e intervenciones impulsadas por el Estado.

En este sentido, el trabajo de Ungar (2008) resulta fundamental para comprender el giro contextual y cultural del concepto de resiliencia en niños y jóvenes. Según la revisión de la literatura sobre resiliencia que involucra a niños, jóvenes y familias realizada por este autor, el concepto «resiliencia» presenta múltiples usos. En primer lugar, puede describir un conjunto de características observables en aquellos niños que, a pesar de haber nacido y crecido en contextos desfavorecidos, logran desarrollarse con éxito. La película Slumdog Millionaire (titulada Quisiera ser millonario en español), dirigida por Danny Boyle y ganadora del Óscar a la Mejor Película en 2008, constituye un ejemplo de este tipo de resiliencia, en el que los resultados de desarrollo superan lo esperado.

En segundo lugar, la resiliencia puede referirse a la competencia frente a situaciones de estrés; en estos casos, los niños resilientes demuestran habilidades para enfrentar amenazas a su bienestar. La película Lost in the Mountain (Perdido en la montaña, en español), dirigida por Andrew Boodhoo Kightlinger en 2024 y basada en la historia real de Donn Fendler (1926-1916), representa este tipo de resiliencia. Finalmente, en tercer lugar, la resiliencia puede entenderse como un funcionamiento positivo que evidencia recuperación tras haber vivido una experiencia traumática. La película The Blind Side (Un sueño posible, en español), dirigida por John Lee Hancock en 2009, ilustra cómo una familia acomodada adopta a un joven de las calles con una infancia traumática y lo ayuda a aprovechar todo su potencial como jugador de fútbol americano hasta llegar a la NFL. Lo que estas definiciones tienen en común, según Ungar (2008), es que todas sostienen que la resiliencia se manifiesta en presencia de adversidades.

Ahora bien, ante la ausencia de investigaciones sobre la aplicabilidad del concepto de resiliencia en culturas no occidentales mayoritarias —en términos numéricos—, donde los recursos disponibles para la supervivencia pueden ser muy distintos a los accesibles en contextos occidentales o en poblaciones minoritarias, Ungar, a partir de un estudio de métodos mixtos realizado en 14 lugares distintos y con más de 1500 jóvenes, propuso una comprensión de la resiliencia no como una cualidad universal o exclusivamente individual, sino como un fenómeno profundamente situado. Retomando el ejemplo de la película ganadora del Óscar Slumdog Millionaire, si bien en Occidente se interpretó como la historia de un héroe que triunfa contra todo pronóstico, en la India —país donde se desarrolla la historia— fue percibida por muchos como una violación de los derechos humanos y de la dignidad de los pobres (El Economista, 2009). Por ello, la cultura y la contextualización se configuran como elementos esenciales para analizar la resiliencia tanto de sujetos individuales como de colectivos sociales.

Los hallazgos de Ungar se estructuran en torno a cuatro proposiciones clave: en primer lugar, que la resiliencia está conformada tanto por aspectos globales como por elementos específicos de la cultura y el contexto; en segundo lugar, que esos elementos ejercen distintos niveles de influencia según el entorno sociocultural en el que se expresan; en tercer lugar, que los factores que fortalecen la resiliencia interactúan entre sí en patrones que reflejan el contexto particular de cada joven; y, en cuarto lugar, que las tensiones entre individuos y sus entornos se resuelven de maneras singulares, moldeadas por las relaciones culturales y contextuales. Esta perspectiva desafía las lecturas normativas del concepto de resiliencia y su sesgo etnocéntrico, basados en Occidente, con énfasis en los factores individuales y relacionales típicos de las poblaciones mayoritarias, así como con una evidente falta de sensibilidad hacia los factores comunitarios y culturales que contextualizan cómo se define la resiliencia en diferentes poblaciones y cómo se manifiesta en las prácticas cotidianas (Ungar, 2008). La propuesta de Ungar, en cambio, subraya la necesidad de repensar las intervenciones con poblaciones en situación de riesgo desde una lógica cultural y contextualizada, reconociendo los modos diversos en que la resiliencia se configura y se ejerce en contextos socioterritoriales específicos.

Finalmente, ante la falta de una definición coherente de resiliencia que integre el doble enfoque del individuo y su ecología social —y cómo ambos deben considerarse al momento de establecer los criterios para evaluar los resultados y discernir los procesos asociados a la resiliencia—, Ungar propone una definición más pertinente desde el punto de vista cultural y contextual. Según este autor:

En el contexto de la exposición a una adversidad significativa, ya sea psicológica, ambiental o ambas, la resiliencia es tanto la capacidad de los individuos para encontrar recursos que les permitan mantener su salud, incluidas las oportunidades de experimentar sentimientos de bienestar, como la condición de la familia, la comunidad y la cultura del individuo para proporcionar estos recursos y experiencias de salud de manera culturalmente significativa. (Ungar, 2008: 225, traducción propia)

Esta definición enfatiza la importancia de considerar no solo las capacidades individuales, sino también las condiciones sociales y culturales que posibilitan el acceso a los recursos necesarios para sostener el bienestar, reconociendo así el carácter situado y relacional de la resiliencia, en lo que más tarde denominaría “la ecología social de la resiliencia” (Ungar, 2012). De acuerdo con Ungar (2012) es necesaria una concepción de la resiliencia que trascienda el discurso centrado exclusivamente en el desarrollo humano positivo en contextos adversos, y propone que los factores socioecológicos como la familia, la escuela, el vecindario, los servicios comunitarios y las prácticas culturales son tan determinantes como los aspectos psicológicos del desarrollo positivo cuando las personas se encuentran bajo condiciones de estrés. Esta perspectiva sería desarrollada de manera más sistemática en la obra colectiva The Social Ecology of Resilience: A Handbook of Theory and Practice, editada por el propio Ungar en 2012.

Resiliencia comunitaria y memoria(s) social(es)

El concepto de resiliencia, según Wilson (2015), está emergiendo rápidamente como un tema de investigación por derecho propio, y el concepto de resiliencia social está ganando importancia rápidamente. Sin embargo, debido a la relativa novedad de este campo de investigación, los debates sobre los procesos de resiliencia social aún no están completamente desarrollados, especialmente en lo que respecta a cómo la memoria inherente a una comunidad local ayuda a configurar las vías de resiliencia (memoria social). Adger define la resiliencia social como “la capacidad de los grupos o comunidades para hacer frente a las tensiones y perturbaciones externas como resultado de los cambios sociales, políticos y medioambientales” (Adger, 2000: 347, traducción propia). Esta definición, de acuerdo con el autor, destaca la resiliencia social en relación con el concepto de resiliencia ecológica, que es una característica de los ecosistemas para mantenerse a sí mismos frente a las perturbaciones.

Tomando cierta distancia de la aproximación psico-social de la resiliencia desarrollada por Ungar (2008, 2012), Wilson (2015) aborda el concepto desde una perspectiva propia de la geografía humana, poniendo énfasis en las complejas interrelaciones entre resiliencia, vulnerabilidad y procesos espaciales. En este enfoque, la resiliencia se concibe como una herramienta para comprender —y eventualmente transformar— las respuestas comunitarias ante perturbaciones de diversa índole. La comunidad es entendida por Wilson como una red social de individuos en interacción, usualmente concentrados en un territorio definido, que enfrentan perturbaciones tanto exógenas como endógenas, de origen antropogénico (inducidas por la acción humana) o natural. Entre las primeras se incluyen procesos vinculados a la mala gestión ambiental, los conflictos sociopolíticos, las crisis económicas y los impactos derivados de la globalización; mientras que las segundas abarcan desastres climáticos y geológicos. La resiliencia comunitaria, a manera de síntesis, es definida por Wright (2022) como la capacidad colectiva de un grupo social para mantener su bienestar ante los desafíos y/o hacer frente a las tensiones o recuperarse de ellas.

Wilson también toma distancia de los enfoques que abordan la resiliencia desde la ecología, los cuales, a su juicio, tienden a centrarse en la capacidad de los sistemas para retornar a un estado de funcionamiento previo tras una perturbación. En contraste, propone una concepción de la resiliencia social que reconoce la importancia de la memoria social y concibe las perturbaciones no solo como eventos disruptivos, sino también como oportunidades para el cambio y el desarrollo. Según este autor, en diálogo con el trabajo de Adger (2000), existen diferencias sustanciales entre las nociones de ecología social de la resiliencia y los enfoques centrados en la resiliencia social. Esto se manifiesta, en particular, en torno al problema de la linealidad/no linealidad: mientras que los ecosistemas pueden, en ciertos casos, regresar a un estado anterior tras una perturbación, los sistemas humanos no pueden hacerlo plenamente debido a los procesos de aprendizaje y a la persistencia de la memoria social.

De acuerdo con Wilson (2015), la memoria social es un componente fundamental para preparar un sistema capaz de desarrollar resiliencia y enfrentar lo inesperado. No obstante, el autor distingue entre la memoria en los sistemas naturales y en los sistemas humanos. Mientras que los sistemas naturales están dotados de una memoria sistémica, generalmente no son anticipatorios, ya que no pueden prever ni adaptarse deliberadamente a cambios en los resultados. En cambio, los sistemas humanos sí son anticipatorios y no deterministas; en ellos, la memoria social actúa como un elemento de transición clave, al facilitar procesos de aprendizaje y ajuste basados en la experiencia pasada. Se trata de sistemas adaptativos complejos autoorganizados

Wilson concluye que la memoria social ayuda a comprender mejor la importancia del aprendizaje comunitario, la tradición y las redes sociales para la resiliencia a nivel comunitario. Rockenbauch y Sakdapolrak (2017), complementando a Wilson, proponen una perspectiva de red social translocal sobre la resiliencia que considere a las comunidades rurales como parte integrante de redes sociales que conectan a las personas y facilitan el flujo de recursos, información y conocimientos entre lugares. Es decir, el flujo de memoria(s) social(es) entre distintas comunidades. La memoria comunitaria, en este sentido, actúa como la suma de los procesos de aprendizaje arraigados en las comunidades, expresados en tradiciones, rituales y políticas locales que, con frecuencia, se transmiten de manera oral e informal (Wilson, 2015).

Si bien el enfoque en la resiliencia y la memoria social y/o comunitaria apunta a una relación más profunda y compleja entre las condiciones naturales y sociales de lo que suele plantearse en la mayoría de las investigaciones sobre la interacción entre los seres humanos y la naturaleza (Wilson, 2015), esta perspectiva se vuelve especialmente relevante en contextos del Sur Global. Allí, la gestión de los recursos naturales, la innovación agrícola y las redes de apoyo social entre comunidades rurales, frecuentemente limitadas por el escaso acceso a recursos, conocimientos e instituciones, constituyen ejemplos paradigmáticos de la resiliencia comunitaria descrita por Wright (2022).

2. Críticas al concepto de resiliencia

La popularización del concepto de resiliencia también se ha visto reflejada en la cultura popular, particularmente a través del auge de películas centradas en historias de éxito personal, como la aclamada The Pursuit of Happyness (En busca de la felicidad, en español), dirigida por Gabriele Muccino en 2006. Basada en hechos reales, la cinta narra la historia de un padre decidido a salir de la pobreza y brindar un mejor futuro a su hijo, superando adversidades extremas mediante esfuerzo, perseverancia y una fe inquebrantable en sí mismo. Este tipo de relatos, si bien inspiran, también refuerzan una narrativa individualista de la resiliencia que encaja perfectamente con los valores neoliberales. Lo mismo sucede con los libros de autoayuda y las consultorías que se especializan en capacitar a las personas sobre cómo ser más resilientes (coaching), para recuperarse y afrontar mejor los desafíos de la vida (Pérez-Ramírez, 2022). Este discurso, según Pérez-Ramírez, enmarca una batalla ficticia de ganadores versus perdedores, emprendedores versus ‘godínez’ (oficinistas), y coincide con promover un tipo de política que promulga “responsabilidad sin poder” o “resiliencia como sumisión despolitizada”.

Sin embargo, el concepto de resiliencia ha sido objeto de diversas críticas en el ámbito sociológico euroanglosajón, de las cuales algunas se comparten desde la sociología y las ciencias sociales producidas en América Latina y el Caribe. En primer lugar, se le ha cuestionado por la simplificación de experiencias complejas, al asumir que todos los individuos pueden sobreponerse a las dificultades sin considerar las diferencias en el acceso a recursos, apoyos o contextos sociales (Negri, 2023). Esto, sitúa a nuestra región en las polémicas sobre el origen de la pobreza y las desigualdades sociales, ante las posibles vías para superar esas contradicciones mediante procesos de resiliencia comunitaria. A esta crítica se suma el riesgo del sesgo cultural, según el cual lo que se considera una adaptación positiva varía según la cultura y las normas sociales, lo que implica que el concepto de resiliencia no es universalmente aplicable. Crítica que abrió la puerta a una ecología social que busca especificar contextos históricos, geográficos, geopolíticos, culturales, económicos, situados.

En segundo lugar, de acuerdo con Negri (2023), se advierte el riesgo de una culpabilización de las víctimas, ya que el énfasis en la adaptación puede interpretarse como una falta de voluntad en quienes no logran sobreponerse, ignorando las causas estructurales de su situación. En este sentido, la noción de resiliencia podría interpretarse como una acusación de falta de esfuerzo o voluntad en quienes no logran superar sus problemas y adaptarse positivamente, ignorando las circunstancias estructurales que contribuyen a su situación. Un ejemplo claro de ello es la frase “el que es pobre es pobre porque quiere”. En nuestra región, se incorpora la categoría de capital social desde una perspectiva crítica que responsabiliza a los actores sociales de su falta de resiliencia, sin tomar en cuenta el rol fundamental de la potencia pública y sus capacidades reguladoras. Particularmente, se polemiza sobre el tratamiento de capital social que hacen P. Bourdieu y R. Putnam, como lo hace Elizabeth Jelin. Incluso algunos argumentan que la resiliencia podría estar reemplazando a la “sostenibilidad” como la palabra clave en la retórica política y en la formulación de políticas

Otra crítica apunta a la instrumentalización política de la resiliencia, en la medida en que ha sido utilizada para promover discursos hegemónicos que trasladan la responsabilidad de enfrentar las adversidades a los individuos, sin cuestionar las condiciones estructurales que las generan (Pérez-Ramírez, 2022). Un ejemplo claro de esta lógica es el caso de los ya mencionados “changarros” promovidos durante el gobierno de Vicente Fox, que responsabilizaban a la ciudadanía de generar su propio empleo en un contexto de retirada del Estado, recortes presupuestales y desempleo estructural. Bajo esta perspectiva, la resiliencia deja de ser una herramienta colectiva de resistencia para convertirse en un mandato individual de adaptación frente a la precariedad. De tal manera que, según Franco (2016: 133, como se citó en Pérez-Ramírez, 2022: 181), “se traslada a la clase explotada la responsabilidad de gestionar la peor parte del funcionamiento perverso del capital, mientras que se libera así la clase capitalista para que pueda continuar acumulando beneficios”. El estudio de las políticas sociales registra el conflicto que aparece entre estrategias de resiliencia meramente adaptativas y estrategias transformadoras que incluyen procesos resilientes, pero los superan.

Asimismo, se ha señalado el riesgo de que el enfoque en la resiliencia desplace la atención de la vulnerabilidad social, es decir, de las condiciones estructurales que hacen que ciertos grupos sean más propensos al sufrimiento y la exclusión (Lampis, 2023). Según este autor, las crisis y perturbaciones reconocidas hoy como características constitutivas del período neoliberal —como las injusticias sociales y sus causas profundas— tienden a ser neutralizadas en el discurso dominante. Bajo esta lógica, todo el enfoque del desarrollo basado en la resiliencia promueve una visión que entiende la adaptación como una respuesta a amenazas externas, ignorando deliberadamente las desigualdades y diferencias sociales que determinan quiénes son más afectados por dichas amenazas. Aunque se reconoce que la resiliencia destaca temas marginados y que no han cobrado la visibilidad que merecen, existe el riesgo de unilateralidad analítica, lo que implicaría comprender el origen de la vulnerabilidad social sin abordar las condiciones estructurales que hacen a ciertas poblaciones, clases, mujeres, diversidades sexuales, etnias o grupos originarios, más propensos a sufrir desastres —otro campo privilegiado para destacar la capacidad de resiliencia— y las dificultades personales y colectivas para autogenerar un alivio o una recuperación comunitaria.

Estas críticas invitan a repensar el concepto de resiliencia más allá de su uso normativo o tecnocrático, considerando tanto las capacidades individuales como las estructuras sociales, económicas y culturales que condicionan el afrontamiento de la adversidad. En este sentido, resulta fundamental abrir el debate hacia una teoría crítica de la resiliencia que dialogue con contextos y tradiciones de pensamiento situados. La sociología de la resiliencia está desafiada por un dialogo que va de lo inter a lo transdisciplinario, que plantea un horizonte de civilización hasta ahora marcado por la colonialidad del poder, la lucha antipatriarcal, el ecosocialismo y la democracia social y comunitaria del confederalismo democrático. Necesitamos que la sociología y las ciencias sociales dialoguen en un marco que es histórico procesual, que conjugue teorías críticas intermedias -como puede ser el campo de la resiliencia- con una teoría social general robusta, generosa, que reconozca una suerte de autopoiesis social virtuosa, capaz de identificar y superar las barreras que impiden nuestra autorrealización como sociedad políticamente organizada, enmarcada en el nuevo materialismo de la naturaleza, espacio privilegiado y fuente de toda resiliencia.

La actualización de la sociología de la resiliencia implica una vigilancia epistemológica y práctica sobre los enfoques utilizados: el individualismo metodológico, que refuerza al neoliberalismo, en sus paradójicas versiones del liberalismo, como del libertarianismo que acercan a derechas y ultraderechas en la negación de la resiliencia comunitaria. O, el enfoque estructural funcional que busca estrategias adaptativas, sin plantear cambios estructurales, y la teoría crítica que enfatiza la resiliencia comunitaria como alternativa al capitalismo.

3. Teoría crítica de la resiliencia en diálogo con las condiciones sociales latinoamericanas y caribeñas

La resiliencia en América Latina se refiere a la capacidad de las personas, comunidades y sistemas para adaptarse y recuperarse de adversidades como desastres naturales, crisis económicas y conflictos sociales. Este concepto ha sido abordado desde diversas disciplinas, incluida la sociología, que se centra en analizar cómo los factores sociales, económicos y culturales condicionan dicha capacidad de adaptación y recuperación. Entre los enfoques sociológicos más relevantes en la región destacan la resiliencia comunitaria, la resiliencia urbana y la resiliencia socioeconómica.

Enfoques sociológicos de la resiliencia en América Latina

En lo que respecta a la resiliencia comunitaria, las comunidades latinoamericanas han desarrollado estrategias colectivas para enfrentar diversas adversidades. Un ejemplo destacado es el de la comunidad indígena Wixárika en México, que implementó el proyecto Ha Ta Tukari para la captación de agua de lluvia, lo que mejoró significativamente su acceso al agua y redujo enfermedades. En un entorno marcado por la inseguridad —derivada de los enfrentamientos entre grupos delictivos y del narcotráfico— y por fenómenos naturales como la sequía, lo que Wilson (2015) denomina perturbaciones antropogénicas y naturales, este proyecto liderado por organizaciones sociales y comunitarias ha instalado sistemas de captación pluvial en más de 21 localidades de la Sierra Madre Occidental (De la Torre, 2025). Además del suministro de agua, la iniciativa también atiende otros ámbitos fundamentales como la salud, la educación y la higiene, incorporando prácticas como el uso de baños secos y el manejo adecuado de residuos. Se trata de otro ejemplo de redes sociales y resiliencia de las comunidades rurales en el Sur Global (Rockenbauch y Sakdapolrak, 2017).

Otros ejemplos de resiliencia comunitaria incluyen al pueblo arahuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, quien enfrenta múltiples amenazas a su ecosistema, como la minería, la deforestación y los efectos del cambio climático. Frente a esta situación, han emprendido acciones concretas para sanar su territorio, como proyectos de reforestación y medidas de protección ambiental que buscan preservar su entorno natural y espiritual. Estas iniciativas reflejan una forma de resiliencia ecológica y cultural profundamente arraigada en su cosmovisión, donde el equilibrio con la naturaleza es fundamental para el bienestar colectivo (Monsalve, 2025). De igual manera, en el estado de Guerrero, México, la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC) ha desarrollado un modelo de justicia indígena que destaca por su enfoque restaurativo. En lugar de castigar, este sistema busca reeducar y reintegrar a las personas detenidas en la vida comunitaria, fortaleciendo la cohesión social y la autonomía local. Este modelo representa una forma de resiliencia institucional y cultural frente a contextos de violencia estructural y ausencia del Estado, demostrando cómo las comunidades indígenas gestionan sus conflictos de manera autónoma y desde sus propias tradiciones (Mahtani, 2025).

Por otro lado, las ciudades de América Latina han comenzado a implementar políticas orientadas a fortalecer su capacidad de respuesta frente a desastres naturales y desafíos urbanos, en lo que se ha conceptualizado como resiliencia urbana. Un ejemplo de ello es la iniciativa Desarrollando Ciudades Resilientes 2030 (MCR2030), impulsada por la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción de Desastres (UNDRR), la cual busca mejorar la resiliencia a nivel local mediante la formulación de estrategias de reducción de riesgos y el intercambio de conocimientos entre gobiernos municipales (UNDRR, 2024). Dentro de esta red, ciudades como Cali, Montevideo, Pudahuel y Santa Ana, en diversos países, operan como Nodos de Resiliencia, desempeñando un papel clave al compartir experiencias y buenas prácticas con otras ciudades. Esta articulación puede entenderse como una red social translocal de resiliencia, en el sentido propuesto por Rockenbauch y Sakdapolrak (2017), en la que los Nodos de Resiliencia se convierten en puntos estratégicos para conectar urbes, facilitar el flujo de recursos e información, y fomentar el aprendizaje mutuo.

Finalmente, en lo que respecta a la resiliencia socioeconómica, organizaciones como la Fundación Microfinanzas BBVA (FMBBVA), creada en 2007 sin ánimo de lucro, ha apoyado a más de seis millones de emprendedores de bajos recursos, a través del desembolso de más de 20.000 millones de dólares en cinco países de América Latina, promoviendo el desarrollo económico y social (M.V., 2025). Por ejemplo, tras el huracán George en 1998, un grupo de mujeres dominicanas creó la cooperativa Las Productivas, elaborando subproductos del cacao para recuperarse económicamente. Las Productivas recibió financiación de Banco Adopem, entidad dominicana que trabaja con Fundación Microfinanzas BBVA. El Fondo de Resiliencia Comunitaria (FRC) un mecanismo global para canalizar recursos a organizaciones de mujeres de base en 21 países de Asia, África y América Latina y el Caribe para, así, operacionalizar las prácticas de resiliencia y reducir la vulnerabilidad a las amenazas, es otro ejemplo de resiliencia socioeconómica.

Enfoques Teóricos y Metodológicos

Además de enfoques sociológicos en diálogo con las experiencias y condiciones sociales latinoamericanas y caribeñas, la resiliencia en América Latina ha sido objeto de diversos estudios que analizan cómo las comunidades enfrentan y se adaptan a desastres naturales y desafíos socioeconómicos. Una revisión sistemática sobre adaptación y resiliencia comunitaria analizó 50 artículos científicos con el objetivo de identificar las principales características teóricas y metodológicas empleadas en el estudio de la resiliencia comunitaria frente a desastres socionaturales en América Latina y el Caribe. El estudio reveló un predominio de investigaciones centradas en fenómenos como terremotos, inundaciones y tsunamis, lo que evidencia una tendencia a enfocar la resiliencia desde eventos de gran impacto físico y material. Esta revisión permite identificar vacíos temáticos y metodológicos, así como establecer líneas futuras de investigación que incorporen enfoques más integrales y centrados en contextos locales (Sandoval-Díaz, Navarrete Muñoz y Cuadra Martínez, 2023).

Por otro lado, diversas investigaciones han puesto atención en la resiliencia de los asentamientos informales, subrayando la necesidad de evaluar y fortalecer la capacidad de estas comunidades para enfrentar riesgos ante desastres. Estos estudios destacan cómo, pese a las condiciones de precariedad estructural, las poblaciones en asentamientos informales desarrollan mecanismos de adaptación y organización social que les permiten resistir y recuperarse ante situaciones adversas (Torres Lima, Torres Vega y Castro Garza, 2021). Este enfoque resulta clave para diseñar políticas públicas que reconozcan las capacidades locales y fortalezcan la resiliencia desde una perspectiva inclusiva y territorialmente sensible

Estos estudios y experiencias resaltan la importancia de la resiliencia comunitaria, la resiliencia urbana y la resiliencia socioeconómica en América Latina, evidenciando la capacidad de las comunidades para adaptarse y recuperarse frente a diversas adversidades.

Reflexiones finales

La sororidad, concepto propuesto por el feminismo para referirse a la relación de hermandad y solidaridad entre las mujeres a fin de crear redes de apoyo que impulsen cambios sociales, es un pilar esencial en la construcción de resiliencia comunitaria en América Latina y en el mundo, pues permite a las mujeres fortalecer sus lazos, resistir colectivamente y transformar sus realidades. En nuestra región, la sororidad ha sido clave en la lucha contra la violencia de género, el empoderamiento económico y la defensa de derechos, mostrando que la resiliencia no solo es individual, sino un proceso profundamente comunitario y feminista.

Asimismo, en la teoría social latinoamericana y caribeña se hace una lectura creativa sobre la herencia de los estudios sobre resiliencia en torno de la sociología del riesgo de Luhman y Beck, ante desastres como terremotos, inundaciones, tsunamis, o desastres industriales. Actualmente, se incluyen dimensiones geopolíticas globales relativas al cambio climático, la transición energética, la pérdida de biodiversidad y las alternativas presentadas por movimientos socioambientales. Se identifican las vulnerabilidades política, económica, social y ambiental como principales barreras, frente a las cuales la participación ciudadana y el aprendizaje social ofrecen vías resilientes. Académicas y académicos como Alberto Acosta, Eduardo Gudynas, Enrique Leff, Edgardo Lander, Maristella Svampa, Enrique Viale son referentes intelectuales y políticos.

Por otro lado, América Latina y el Caribe participa como región y de manera individual en un dialogo prometedor Sur-Norte y del Sur Global, en análisis situados sobre resiliencia comunitaria. Se han revisado enfoques sobre resiliencia en asentamientos informales, destacando la importancia de evaluar y fortalecer la capacidad de estas comunidades para prever y enfrentar riesgos de desastres, alternativas relacionadas con la Red Mundial de Economía Solidaria, reforzar la autosuficiencia y soberanía alimentaria, o luchas por sanar su ecosistema afectado por el cambio climático, que enfrentan amenazas como la minería, la falta de agua y la deforestación.

Algunas comunidades indígenas, afrodescendientes, campesinas y de pobladores urbanos, han implementado acciones de reforestación y protección de sus territorios para recuperar su entorno natural, o han implementado un modelo de justicia indígena, ejemplar, que busca reeducar y reintegrar a los detenidos en la comunidad, resaltando la resiliencia y autonomía de las comunidades indígenas en la gestión de conflictos.

Lo anterior demuestra que estudiar la resiliencia implica un enfoque holístico relacional entre lo local y lo global. Hay, al menos, dos iniciativas que se impulsan desde las instituciones internacionales: el Fondo Global de Resiliencia Comunitaria, que ha movilizado organizaciones de mujeres de base en 21 países de Asia, África y América Latina y el Caribe, ayudando a comunidades vulnerables a operacionalizar prácticas de resiliencia y reducir la vulnerabilidad a desastres. Y el programa Desarrollando Ciudades Resilientes 2030, de la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción de Desastres (UNDRR), que busca fortalecer la resiliencia local mediante la elaboración e implementación de estrategias de reducción de riesgos, el intercambio de conocimientos y el fomento de alianzas sociopolíticas.

Referencias

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Otras fuentes:

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