Volumen 34 No. 4 (Octubre-Diciembre) 2025, pp. 50-59
ISSN 1315-0006. Depósito legal pp 199202zu44
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.16949951
La Resiliencia en la sociedad venezolana: entre la opulencia y la miseria
Roberto Briceño-León
Resumen
El artículo analiza la resiliencia que ha mostrado de la sociedad venezolana ante los grandes cambios que se dieron en las dos primeras décadas largas del siglo XXI. La primera, cuando por los cambios en los precios internacionales de petróleo el país vivió una época de opulencia y derroche, la cual fue seguida por una segunda década de emergencia humanitaria compleja con pobreza y déficit alimentario severo que provocaron la mayor emigración de la historia de América Latina. Para su argumentación el artículo se basa en análisis de fuentes secundarias nacionales y de organizaciones internacionales, así como de datos primarios de encuestas de población entre 1996 y 2022. Los cambios bruscos se relacionan con el ciclo previo de opulencia y pobreza en el periodo 1974-1982. El texto muestra la resiliencia de la sociedad ante la crisis política y económica y destaca las iniciativas de la sociedad civil y un cambio en los valores y actitudes de la población y su impacto en las representaciones de la buena sociedad y el buen gobierno
Palabras clave: resiliencia; Venezuela; pobreza; emigración; política
Universidad Central de Venezuela. Caracas / Asociación Venezolana de Sociología AVS –Presidente Investigación y R. Institucionales
ORCID: 0000-0002-8882-7787. Email: roberto.bricenoleon@gmail.com
Recibido: 12/06/2025 Aceptado: 29/07/2025
Resilience in venezuelan society: between opulence and misery
Abstract
The article analyzes the resilience shown by Venezuelan society in the face of the major changes that took place in the first two decades of the 21st century. The first was when changes in international oil prices led the country to experience a period of opulence and waste, which was followed by a second decade of complex humanitarian emergency with poverty and severe food shortages that caused the largest emigration process in Latin American history. The article bases its argument on an analysis of secondary sources from national and international organizations, as well as primary data from population surveys conducted between 1996 and 2022. The sudden changes are related to the previous cycle of opulence and poverty in the period 1974-1982. The text shows the resilience of society in the face of political and economic crisis and highlights civil society initiatives and a change in the values and attitudes of the population and their impact on representations of good society and good governance
Keywords: resilience; Venezuela; poverty; emigration; politics
La resiliencia como tema central del 8vo Congreso Nacional de la Asociación Venezolana de Sociología puso de bulto la necesidad de relacionar los vaivenes que entre la opulencia y la pobreza presenció la sociedad en el siglo y las respuestas que han dado a esa situación los individuos y las organizaciones sociales.
La pregunta inicial es simple: ¿Qué ha pasado en la sociedad venezolana? La pregunta no es inocente ni tampoco algo menor, pues, en este último cuarto de siglo, la sociedad cambió profundamente. Venezuela pasó de ser uno de los países más ricos a ser uno de los más pobres de la América Latina, de ser uno de los menos desiguales, a estar entre los más desiguales.
El deseo de cambio cumplido
Cuando a finales del siglo pasado, en 1996, realizamos una encuesta por muestreo (n=1200), le hicimos a los entrevistados una pregunta clásica sobre el deseo de cambio o permanencia de las condiciones sociales y políticas sociedad. La pregunta ofrecía tres opciones para la escogencia: mantenerla como está, que obtuvo el 1,4%; hacerle algunas reformas, que sumó el 43,6% y cambiarla totalmente, que fue seleccionada por el 56,4% (LACSO, 1996). El deseo de cambio era abrumador, y la casi totalidad de la población anhelaba cambios, graduales o profundos, en el país.
Y el deseo se cumplió. El país cambió de manera súbita y en rumbos insospechados e inesperados para una buena parte de los votantes que escogieron el cambio. Y fue imprevisible en todas sus formas, pues se vivió primero una época de abundancia y derroche, que luego fue seguida por otra de pobreza y hambre. Las transformaciones que presenció la sociedad, en la política y la economía, durante la primera década del siglo, fue radicalmente diferente a lo que ocurrió en la segunda década. La sociedad ha debido mudar y adaptarse sucesivamente, mostrar su resiliencia.
Durante la primera década del siglo la población del país tenía optimismo y en la encuesta mundial sobre felicidad el país aparecía entre los más dichosos de América Latina. Había riqueza en abundancia, el Producto interno Bruto per capita que había sido de US$ 3,559 en 1995, alcanzó US$ 11.079 en el año 2007. Venezuela recibía inmigrantes que pujaban por instalarse y hacer negocios en el país. El dinero del ingreso petrolero se distribuía en abundancia entre la población: los pobres recibían casas gratis y la propaganda mostraba algunas de ellas amobladas y con los refrigeradores llenos de alimentos. La clase media podía adquirir tarjetas de crédito para usar en el exterior para sus gastos de viajes de placer con miles de dólares, que luego pagaba a precios irrisorios. Los pobres, que no viajaban, adquirían las mismas tarjetas de crédito para usar los varios miles de dólares subsidiados que el gobierno le entregaba como un derecho, pero se las vendían a terceros quienes luego sí viajaban con decenas de tarjetas ajenas en su bolsillo para hacer negocios con la divisa en el mercado paralelo. En su política exterior, el gobierno nacional regaló la construcción de plantas eléctricas en Nicaragua o Haití; hizo donaciones para mejorar las condiciones de vida de los pobres del Bronx de Nueva York o combustible barato para rebajar el precio del transporte público de Londres. Construyó y donó viviendas para los pobres en países de Suramérica, como Bolivia, o en África Central, como Mali. Y la organización de las naciones Unidas para la alimentación, la FAO, otorgó un premio de reconocimiento al país por los avances excepcionales en la reducción del hambre.
La otra cara de la opulencia
En la segunda década la situación mudó estrepitosamente, y se pasó a vivir lo que los organismos internacionales han catalogado como una crisis humanitaria compleja, caracterizada por múltiples carencias. El reporte Mundial de Alimentos colocó a Venezuela en el cuarto lugar entre los países de mayor crisis alimentaria del mundo, detrás de Yemen, Congo y Afganistán, pero por encima de Etiopía y Sudan. Con 9,3 millones de personas, una tercera parte de la población, en inseguridad alimentaria, el país tiene tres veces más en esa situación que Haití. De esos 9,3 millones, 2, 3 millones enfrentaban una extrema (FSNI, 2020).
La mortalidad infantil en Venezuela que en 2001 había sido de 18,8, disminuyó en 2010 a 15, 1 por 1000 nacidos vivos y luego se incrementó a 20,3 en 2016 según datos del propio gobierno. El porcentaje de nacimientos con peso bajo (menos de 2500 g) se incrementó de 8.7% a 9.5% entre el 2003 y el 2017. La cobertura de vacunación contra el sarampión fue en 2021 de 68%, lo que representa una disminución de 16 puntos porcentuales con respecto a la cobertura del 2000. La razón de mortalidad materna en 2020 se estimó en 259.2 por cada 100 000 nacidos vivos, lo que representó un incremento de 180.5% comparado con el valor estimado para el 2000 que fue de 92,4 (OPS, 2024)
En el 2021, el gasto público en salud representó 1.35% del producto interno bruto sólo por encima de Haití y detrás de todos los otros países de América (OMS, 2023). Lo cual representó el 5.46% del gasto público total, mientras que el gasto de bolsillo en salud, el que pagan privadamente las personas, fue el 28.06% del gasto total en salud. Durante el período 2000-2022, el país disminuyó su puntuación en el índice de Desarrollo Humano, manteniéndose en 0.699, en el mismo lapso de tiempo que el índice internacional se incrementaba en 14.6% y el de América Latina en 11.2% (OPS, 2024)
En relación a la educación, el estudio ENCOVI (2024) estimó una demanda de 11,6 millones de niños y jóvenes, la población entre 3 y 24 años, pero la población realmente escolariza fue para el periodo 2023-2024 de 7,7 millones, es decir que cubría un 66% de la demanda, dejando afuera unos 3,7 de niños y jóvenes. Una investigación que hizo la ONG Con la Escuela en siete ciudades y 79 instituciones educativos encontró que el año escolar 2021-2022 la inasistencia escolar estuvo entre el 20% y el 50% en esos planteles (CECODAP, 2023). En muchas escuelas los maestros asisten sólo dos veces a la semana en un llamado “horario mosaico” que les permite trabajar sólo dos días y usar los otros tres días para emprender alguna actividad económica que les reporte ingresos adicionales.
La pobreza en el país fue estimada por la primera encuesta Encovi en 2014 en un 48,4% de la población, subió al 90,7 en el año 2018 y alcanzó su porcentaje más alto en 2019-2020 cuando fue del 92,9%. En los años siguientes y como resultado de la liberalización económica y la dolarización del país, se redujo al 73,2% , de los cuales el 36,5 son pobres extremos.
Ese proceso de mejoría en la situación de pobreza condujo a un incremento de la desigualdad tanto entre grupos sociales como a lo interno de ellos, una desigualdad intragrupo que prefiero llamar microdesigualdad. Zambrano y Sosa (2025) en sus resultados muestran que la desigualdad general y en particular la alimentaria se incrementó en el periodo de recuperación económica. Comparando datos de 2020-2021 encontraron insuficiencia en el ingreso para cubrir los gastos de alimentación tanto en los hogares no pobres (77%) como en los hogares pobres (89%). La desigualdad se reduce entre los pobres y no-pobres, porque todos se empobrecen, pero se acentúa a lo interno de cada grupo por otros factores como los apoyos familiares con las remesas y la desigualdad de ingresos.
En la distribución de ingresos de la población, el 10% más pobre, el decil uno, tuvo para 2024 un ingreso promedio de $ 12,5 per capita, y un máximo de $23. El 10% más rico, el decil diez, tuvo un ingreso promedio de $633 y un máximo de $2.735. Eso hace que el ingreso promedio del más rico sea 50 veces mayor que el ingreso del más pobre. Lo que es singular es que el decil nueve, correspondiente al segundo grupo más rico, tiene un promedio de ingreso máximo per capita de $319, con lo cual es ocho veces y media inferior que el máximo del grupo más rico en el decil diez. Más de la mitad de la población, hasta el decil 6, tiene un promedio de ingreso inferior a los $100 per capita. Todo esto ha hecho que medido con el coeficiente de Gini la desigualdad en Venezuela sea de 53,9, la cual es superior a la de Brasil (52,9) y Colombia (51,5), países que histéricamente habían tenido una desigualdad mayor que Venezuela (Encovi, 2024).
La deuda pública externa que en 1998 había sido de $28,5 miles de millones de dólares, subió en 2015 a $ 120, 2 miles de millones, en la época de mayor bonanza económica se incrementó el endeudamiento (Vera, 2018). Entre 2013 y 2017 el PIB del país se redujo en un 37% como total y en un 40% como PIB per capita, un caso muy poco frecuente en la historia económica (Haussmann, 2017)
En 1998 el valor de referencia usado para el cambio entre los bolívares, la moneda venezolana y el dólar estadounidense fue de 570 bolívares por un dólar. Luego de tres devaluaciones que realizó el gobierno en 2008, 2018 y 2021 en el cual se le quitaron 14 ceros en total, el valor de un dólar estadounidense en el cambio oficial fue de Bs 135,65 por un dólar (BCV, 2025), pero, puesto en su valor histórico al devolverle los ceros borrados, deben ser Bs. 13.565.000.000.000.000, una cifra muy difícil de pronunciar.
Luego de haber sido por décadas un país receptor de migrantes, pasó a convertirse en un expulsor neto de población, en pocos años salieron ocho millones de emigrantes, una cuarta parte de la población (R4V, 2023). Para diciembre de 2024 se estimaban más de 7,9 millones de venezolanos fuera del país, siendo “el mayor desplazamiento en el mundo” (OIM, 2025) y la más grande que se ha dado en la historia de América Latina.
Según la encuesta mundial de felicidad de este año 2025, Venezuela está en la posición 82 como el país más infeliz de América Latina, y se encuentra entre las siete naciones que han experimentado un descenso de más de un punto en la escala del uno al diez, junto con Afghanistan, Lebanon, Jordan, Malawi, Egypt y Botswana (HHR, 2025).
La repetición de un camino trillado
Estos cambios bruscos entre la opulencia y la pobreza no son nuevos en el país. No es la primera vez que ocurre en el país que después de una época de gran riqueza se caiga en otra de gran pobreza. De una manera paradójica ha sido una pobreza que surge por la riqueza y por eso es posible afirmar que la segunda parte es un resultado de las acciones y políticas implementadas en la primera.
Entre 1974 y 1982 tuvimos un proceso similar, fueron los años de la Gran Venezuela, años de abundancia, regalos y derroche. Una moneda sobrevalorada permitió crecientes importaciones que artificiosamente hacían que la champaña francesa o el frijol importado resultaran más baratos para el público que el ron venezolano o la caraota que se sembraba y producía en el país.
Cuando a fines de los años setenta inicie un estudio sobre el impacto del ingreso petrolero en una zona donde forzadamente se había decretado una zona industrial con preferencias crediticias y arancelarias, destinada más a gastar el dinero petrolero que a producir y generar riqueza. En esa zona se construyó una industria textil que por esos años fue considerada la más moderna y sofisticada tecnológicamente de América Latina. La fábrica fue comprada y entregada llave en mano a sus dueños y estaba destinada a emplear tres mil trabajadores, sin embargo, nunca llegó a producir los textiles previstos ni tampoco emplear más de trescientos obreros, con lo cual se podían vislumbrar lo artificial y frágil de la propuesta de desarrollo económico. Lo singular fue que al iniciar el estudio yo tenía entre mis hipótesis que la gente debía de estar descontenta con lo que allí pasaba como destrucción ambiental y social, pero poco a poco, al iniciar las entrevistas me fui percatando que yo era el único descontento con esa riqueza ficticia, pues los habitantes estaban felices con esa ilusión de modernidad y progreso. Lo llamé “Los efectos perversos del petróleo” y así titulé el libro con los resultados (Briceño-León, 2015)
Desde el punto de vista sociológico, la teoría de los efectos perversos nos permite interpretar esos cambios bruscos y es una versión detallada de la tesis de Robert Merton sobre las consecuencias no-intencionales de las acciones humanas intencionadas. La resiliencia de la sociedad es una forma de resistir y reinventarse ante esos efectos perversos, los intencionales y los no-intencionales. Y la sociología tiene un papel importante en mostrar y prefigurar estos procesos.
Como en todo proceso histórico esos aparatosos cambios ocurridos, tanto en el siglo XX como a inicios del siglo XXI, tuvieron un origen en factores externos y en procesos internos. La abundancia de los años setenta se debió a la Guerra del Yom Kipur en el Medio Oriente y al embargo petrolero como herramienta política de los países árabes, que hizo que el precio del barril de petróleo se triplicara en unas semanas y con ello los ingresos del gobierno de Venezuela. Algo similar ocurrió con la riqueza que apareció a inicios de siglo XXI por el boom mundial de las commodities, la expansión industrial y la demanda de petróleo de China y la India. Esta vez el incremento del precio del barril del petróleo no se multiplicó por tres, sino por diez veces. Y así como la riqueza fue más grande, también lo fue la destrucción que causó en el país. Por supuesto, que esos estragos no los causa el hidrocarburo, sino la forma como ingresa y se utiliza el ingreso petrolero por parte de los gobiernos, los empresarios y los ciudadanos.
La resiliencia de la sociedad
Pasadas dos décadas de la revolución bolivariana del siglo XXI, no hay un solo aspecto, alguna dimensión de la sociedad donde uno pueda afirmar que se está mejor que a inicios de siglo. Sin embargo, la sociedad resiste, los venezolanos se reinventan, se reacomodan y buscan superar las adversidades. A eso es lo que llamamos resiliencia, no sólo como una disposición psicológica, sino como unos procesos individuales y grupales de adaptación, flexibilidad en los comportamientos, cambios substantivos en las visiones del mundo y en los modos de imaginarse el mañana. Resiliencia que permite sobrevivir ante la calamidad, provocando cambios en los individuos y en sus relaciones sociales para proyectarse hacia el futuro.
Esas mutaciones provocadas por la resiliencia pueden observarse como cambios importantes que han ocurrido en la sociedad, algunos de los resultados de nuestras investigaciones señalan y muestran las diversas formas que toma la resiliencia en la sociedad venezolana.
Cuando en 2022 realizamos la Encuesta Mundial de Valores (n=1200) en Venezuela (LACSO, 2022) , pudimos observar unos cambios importantes en las tendencias que Ronald Inglehart (2018) llamó como la oposición entre los valores tradicionales versus los valores racionales, los valores vinculados a sobrevivencia de la especie y los valores relacionados con los deseos de autoexpresión de los individuos, los valores materialistas y postmaterialistas. Los mapas culturales del mundo elaborados por Inglehart y Welzel (2005, 2023) a inicios del siglo y en 2023 muestran gráficamente los cambios en la sociedad venezolana. En el país la población tenía valores con una orientación postmaterialista (Zapata, 1996; Inglehart y Welzel, 2005), tres décadas después, mientras que en otros países aumentaban esa orientación postmaterialistas, en Venezuela se daba un retroceso a los valores materialistas de la sobrevivencia. No debe resultar extraño tal retroceso en medio de la impresionante crisis humanitaria compleja antes descrita. Si hay tal nivel de carencias de alimentos y déficit nutricional en la sociedad, las personas y familias valoran el trabajo, el ingreso, la productividad, es decir, un alto nivel de crecimiento económico (67%) y una economía estable (65%). Sin embargo, en la población mayor de 36 años se observó que se conservaban los valores postmaterialistas, como una mayor participación (43% en segunda opción), quizá porque los habían consolidado en la época de abundancia y progreso. En ese mismo periodo, y a pesar de esa situación económica, la valoración de la democracia no se redujo, sino que se incrementó al 88,5% como la mejor forma de gobierno (Briceño-León, 2024).
En encuestas que hicimos a comienzos de siglo le preguntábamos a los encuestados de qué aspectos de Venezuela se sentían orgullos (Briceño-León, 2001). La pregunta era abierta y al codificarla se podía observar que todos los factores estaban vinculados a la naturaleza: la diversidad y bondad del clima, las playas, las riquezas minerales, la diversidad biológica, el Salto Ángel, Roraima… Cuando recientemente se hace esa pregunta, el orgullo mudo y se vinculó con las personas: la solidaridad familiar y vecinal, las proezas de los migrantes, la resistencia ante la adversidad política, los valores religiosos y morales, la bonhomía del venezolano.
Cuando hacemos las preguntas clásicas sobre la confianza en las instituciones del país: el gobierno, la asamblea nacional, el poder judicial, la policía, las fuerzas armadas, la iglesia, las universidades, las empresas privadas, y la medimos con escalas de likert, encontramos en nuestra investigación que al realizar un análisis factorial de correspondencia múltiples, se ubican por un lado las instituciones públicas que tienen baja confianza y son juzgadas negativamente. Y por el otro lado del eje, con los mayores niveles de confianza y valoradas positivamente, están la Iglesia y la empresa privada, universidades y las organizaciones de ayuda humanitaria. En un país que ha sido fuertemente estatista y en el cual la empresa privada siempre ha despertado sospechas, es sorprendente observar cómo se produce un cambio e incremento en la valoración del rol empresariado en la sociedad, la mayoría considera que las empresas deben ser privada (59%) y que la competencia es buena (59%), aunque permanece una parte de la población que estima que la competencia es mala (40%)
Al mismo tiempo se ha podido observar una reducción de la responsabilidad atribuida al Estado proveedor (27%) y un incremento de la responsabilidad individual (49%). Ya no es el Estado quien debe garantizar los buenos sueldos, sino que es responsabilidad de cada uno de lograrlo. Tampoco es deber del Estado de garantizar la igualdad económica entre las personas, pero sí la igualdad jurídica, de los derechos y oportunidades, pues se estima que los fundamental es la igualdad en el inicio, la igualdad de oportunidades, pero no la de resultados, pues éstos dependerán del esfuerzo e ingenio de cada persona.
Sorprendente también es el cambio que los estudios muestran sobre la confianza de la población en las fuerzas armadas. A comienzos de siglo las dos instituciones que tenían una mejor valoración en el país eran la iglesia y las fuerzas armadas. En el estudio reciente las fuerzas armadas pasan a estar catalogadas negativamente (79%) y se ubican en el mismo cluster que las otras instituciones políticas, el gobierno, la asamblea nacional…y es de pensar que este cambio en la confianza se deba justamente a la politización a la cual ha estado sometida la fuerza armada nacional en años recientes (Transparencia, 2021). Paralelamente, crece la confianza en la sociedad civil, en las universidades, en los actores políticos autónomos y comunitarios (Briceño-León, 2024).
Cuando Venezuela era un país receptor de migrantes, las comparaciones que se hacían en cuanto a la disposición al trabajo eran negativas hacia el venezolano, a quien se consideraba flojo, descuidado en sus tareas, mientras que, a los inmigrantes, a los portugueses, por ejemplo, se les exaltaban su capacidad y tenacidad en sus empleos. Cuando ese flujo migratorio se alteró y comenzaron a salir cientos de miles de venezolanos, algunas personas dudaban de la capacidad de los emigrantes para integrarse y cumplir con las exigencias de las nuevas condiciones laborales. Sin embargo, y para pasmo de muchos, la mayoría de los emigrantes venezolanos se convirtieron en empeñados trabajadores en su país de acogida y son apreciados por su dedicación al trabajo, incluso hasta en el propio Portugal, donde los llegan a considerar mejores que los propios trabajadores nacionales.
Y es que la resiliencia se ha mostrado de múltiples maneras. En una sociedad donde la mayoría de la población no tenía noción del significado económico del dólar, ni mucho menos de su tasa o valor, ahora la moneda de referencia que se utiliza para realizar todas las transacciones, incluso el pago de impuestos y multas es el dólar. Ese valor referencial había logrado ofrecer una estabilidad en las transacciones comerciales, pues era un valor estable. Sin embargo, el precio del dólar cambia continua y diariamente, tanto en el mercado oficial como en el paralelo. En enero del 2025 el valor en el mercado paralelo era de Bs. 50 por dólar, en agosto del mismo año fue de Bs. 189, casi cuatro veces más. Entonces los comerciantes han mostrado su resiliencia y capacidad de adaptación y ahora los productos tienen dos precios referenciales en dólares, que aplica si se paga en esa moneda y otro más alto si se paga en bolívares con la tasa de cambio oficial. Los pequeños comerciantes en los mercados populares, que antes no se afanaban en la contabilidad menuda, han aprendido a llevar las cuentas en dos monedas y anotan en sus cuadernos de escuela o en unos IPad reciclados, los ingresos en tres columnas: en bolívares, en dólares y la tasa que usaron para el cambio.
En la primera década de este siglo, las cooperativas tuvieron un crecimiento abrumador, más de 200 mil fueron creadas y financiadas por el gobierno. Años después cuando la Superintendencia de Cooperativas hizo un censo, no lograron encontrar activas ni una décima parte de ellas, provocando el mayor cementerio de cooperativas del mundo (Bastidas, 2021). Sin embargo, la cooperativa CECOSESOLA de Barquisimeto logró durante esos mismos años construir un hospital de varios pisos sin recibir ni un centavo de apoyo del Estado (Viloria, 2011), sólo con la contribución de sus afiliados, y lo puso en funcionamiento con una calidad de servicio que no se encuentra en los hospitales públicos del país (Fe y Alegría, 2024).
Las formas de resiliencia que está mostrando la sociedad tiene múltiples facetas. Una última a la cual quiero referirme es a la resiliencia ante la división y la polarización que ha azotado al país dividiéndolo entre amigos y enemigos, chavistas y escuálidos, patriotas y vendepatrias. Entre fines de 2023 e inicios del 2024 realizamos grupos focales en todos los estados del país, el equipo lo constituían investigadores de cinco universidades nacionales, públicas y privadas. Eran jornadas de dos días completos, con sucesivos grupos focales discutiendo las representaciones del buen gobierno y la buena sociedad. Se buscaba que fueran habitantes de los sectores de menores ingresos y que entre los participantes se incluyeran todas las corrientes e ideologías políticas, debían estar presentes tanto partidarios del gobierno como de la oposición. Las discusiones estuvieron cargadas de pasión y emocionalidad, todas las opiniones se valoraban y respetaban, pues todas eran válidas. Al final de una de esas jornadas en el llano venezolano, al anochecer, se me acercó un joven chavista que había sido muy radical en sus afirmaciones y había recibido fuertes críticas de los otros asistentes, había dado y había recibido zarpazos, y me dijo: “profesor, quiero darle las gracias y que sepa que me he dado cuenta que teníamos muchas menos diferencias de las que yo creía”.
En 2022 le preguntamos a una muestra nacional de población que si bien tanto la libertad como la igualdad en una sociedad eran importantes, si llegado el momento y tuvieran que elegir, cuál preferirían si la igualdad o la libertad. Sorprendentemente, después de dos décadas de socialismo y discursos de igualdad, sólo el 27% de la población escogió la igualdad, mientras que el 73% se decidía por la libertad (LACSO, 2022).
Conclusión
En un mundo de ruptura y desunión, de simplificaciones y destrucción, la sociología debe ayudar a comprender y a reconstruir. Con la resiliencia, los grupos sociales no sólo resisten para defender el pasado, sino que se avanza para construir un futuro novedoso en medio de los infortunios. Con la resiliencia se cambian las representaciones del futuro y con ellas las expectativas del logro y éxito: sobrevivir, reconstruir, mejorar.
Las grandes adversidades hacen en el inicio a los individuos más débiles y a las sociedades frágiles; con la resiliencia se transforman en más fuertes. Los conflictos no son necesariamente malos en las sociedades, pueden ayudar a la superación de los escollos y el arreglo de los entuertos. La resiliencia permite robustecer los lazos de solidaridad para ayudar a levantarse a los más débiles; al mismo tiempo que arrecia el espíritu de competencia y superación que empuja a los más fuertes y osados. La resiliencia obliga a vigorizar la voluntad de encuentro y de resolver los conflictos, pero especialmente a innovar en los modos de superarlos.
En el oficio de sociólogo nos toca comprender la sociedad y explicar la resiliencia. Es una humilde y noble tarea sociológica para contribuir a impulsar un futuro mejor. No es labor fácil, está llena de incertidumbres. Re-inventándose la sociedad venezolana se hace eco del poema que escribió hace ya casi quinientos años San Juan de la Cruz durante su prisión en 1570:
Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.
Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.
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