Méndez, J. Revista de Filosofía, Vol. 42, Nº113, 2025-3, (Jul-Sep) pp. 20-32 26
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
La dignidad, en efecto, se presenta como el principio fundante de todos los derechos
humanos. Si bien valores como la libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad son
esenciales, la dignidad se coloca como su núcleo ontológico, el punto de partida desde el cual
se justifica la existencia misma de dichos derechos (Asamblea General de la ONU, 1948).
A pesar de grandes esfuerzos, la realidad actual demuestra que persisten múltiples
violaciones a los derechos fundamentales. Aunque se han logrado avances en la defensa de
libertades como la de la tortura, la prisión arbitraria o la persecución injusta, y se ha
ampliado el acceso a la educación, la salud y los recursos económicos, estas garantías siguen
siendo desiguales y, en muchos contextos, frágiles (Samayoa Monroy, 2021).
Además, aunque el concepto de dignidad humana ha ganado difusión global, en la
práctica muchas sociedades siguen sin reconocer plenamente su valor. Se evidencia una
creciente indiferencia hacia el respeto por uno mismo y por los demás. La desvalorización
personal y colectiva compromete el reconocimiento mutuo, necesario para la convivencia
justa y pacífica. En este sentido, como lo señala Samayoa Monroy, (2021), la sociedad olvida
que uno de sus fines esenciales es proteger la vida, los bienes comunes y las relaciones
interpersonales bajo principios éticos y normativos
El descuido de que toda persona es intrínsecamente digna perjudica
considerablemente las relaciones sociales, que son esenciales para el bien común. Se ha
arraigado la noción de que solo ciertos individuos merecen consideración y reconocimiento,
mientras que otros son sistemáticamente excluidos o estigmatizados a causa de sus faltas o
circunstancias. Sin embargo, la dignidad no es una cualidad que dependa de los actos, el
nivel educativo o el estatus social; su origen radica en la esencia misma del ser humano, en
su condición de ser racional, libre y dotado de responsabilidad moral.
La dignidad es inherente a cada ser humano, sin distinción de su posición social o de
las circunstancias que atraviese, incluso en situaciones de privación de libertad por delitos
cometidos. De esta premisa, según Samayoa Monroy (2021), se desprende la
responsabilidad compartida de preservar tanto la propia dignidad como la de los demás. La
humanidad se distingue del resto del mundo natural por esta cualidad singular, la capacidad
de razonar, tomar decisiones y orientar la existencia hacia el bien
Es por ello, que el honor en el trato hacia cualquier individuo es innegociable,
independientemente de sus logros o fracasos, su estatus social, o sus capacidades físicas o
mentales. La dignidad humana constituye, en última instancia, la característica fundamental
que nos define como personas. Por ende, su reconocimiento, promoción y protección son
imperativos ineludibles para todos.
El carácter pluridimensional y multidisciplinar de la dignidad humana
Al abordar la dignidad humana desde una perspectiva crítica, se reconoce que esta
categoría no puede comprenderse plenamente sin la contribución de diversas disciplinas del
saber, como la filosofía, la antropología, la política y el derecho, entre otras. En este sentido,
la dignidad humana, para Samayoa Monroy (2021), puede entenderse a partir de cuatro
dimensiones interrelacionadas: religiosa, ontológica, ética y social. La dimensión religiosa